miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hasta el final

Desde el colectivo pude ver el cartel pasacalles en una esquina: “Hasta el final”, rezaba la leyenda debajo de los nombres de los candidatos. Eso fue antes de las elecciones y pensé en ese momento que allí se denotaba la real dimensión que tendrían las elecciones por aquí en Entre Ríos. Aquellos por entonces candidatos opositores al gobierno de turno, sabían que se jugaba en la contienda el final de algo, aunque no especificaban de qué.

Me pareció que realmente había una verdadera lucha por desterrar viejas prácticas de la política y abrir la puerta a una incipiente nueva forma de ejercer esta práctica. Digo incipiente, porque aún las personas que hoy abren esta puerta fueron forjados en esa vieja forma de hacer política y por más que aprendieran lo que no querían, aún falta que lleguen a mayor protagonismo aquellos que tengan memoria pero se hayan formado en otra manera del ejercicio democrático y político.

“Nadies”, y me incluyo aún con mis 35 años, estamos exentos de mantener en los resabios de nuestra sangre las estructuras y andamiajes de una educación en marco de dictadura, una democracia acotada por intereses espurios y una concepción unilateral del poder. Será también deber de quienes llevamos esta historia a la espalda mantenerla presente en las nuevas generaciones, dejándolos ser con mayor protagonismo, equilibrio difícil de sostener y que solo los reales liderazgos pueden generar. Mi generación cumplirá en esta misión, un rol fundamental.

Cuento para dejar ejemplo de lo que digo, una anécdota reciente que se relaciona con estos conceptos. Cuando yo era gurisita, en mi barrio custodiar los carteles propios y “dejar caer” con cierta picardía e ingenio el cartel que pregonaba a los contrarios era cuestión de militancia. Hoy los tiempos han cambiado y la tolerancia y el respeto por un otro distinto es una necesidad imperiosa ante intereses ajenos que busca dividir a como dé lugar, cómo lo han venido haciendo a lo largo de la historia. Hay que decirlo.

Igualmente, haciendo honor a esta pasión de antaño que fluye en mis venas, estuve a punto de bajar un cartel opositor a mis ideas que me colgaron frente a la puerta de mi casa. Además de los discursos constantes de tolerancia y respeto desde la conducción del proyecto nacional y popular, mi esposo me convenció con una simple frase: “no te ensucies las manos que no vale la pena”. Es así que, el lunes 24 de octubre, saqué la escalera a la vereda de mi casa y ante la mirada atónita de algunos vecinos bajé el cartel que Busti y Halle habían colgado allí sin mi permiso.

Tal vez parezca un acto pequeño e inocente, pero “de a uno come la gallina y engorda”, dijo mi abuela y es de pequeñas cosas que se compone la historia. Este pequeño acto me pareció de gran justicia para quienes sufrimos en carne propia los avatares de la vieja política de puertas cerradas, caudillos y líderes indiscutidos. Por otra parte, el proceso electoral había concluido y una parte importante de la ciudadanía avalaba el desapego a esos nombres que muchas veces se creyeron “imprescindibles”. Allí quedó el cartel, en un rincón de mi casa, porque no se deben guardar rencores ni odios, pero tampoco se debe olvidar. Hasta el final, sí. El final finalmente comenzó a llegar.