En el recorrido del cole, que cambió con el cambio de sentido
de algunas calles, se pueden ver nuevos carteles para señalizar viejas obras, o
más bien, obras comenzadas en la gestión anterior y que la nueva gestión
intenta vender como propias. No es una práctica nueva, pero me hizo pensar
porque nadie parece notarlo y me pregunto qué es lo que realmente quedará en la
memoria del pueblo.
En el asiento de adelante, una señora de lentes que no
esconde sus arrugas le dice a su vecina “viste que está la obra del Padre
Mugica. Hay que ir a verla, y decirle a los curas jóvenes que vayan. A ver si
aprenden algo”. Me hace ruido ese nombre que conocí en mi adolescencia y me
trae recuerdos de arduas discusiones en un taller de literatura, cuya profesora
nos habló del obispo Romero en el El Salvador. En breve, esa misma docente me
dio a conocer la Teología de la Liberación, un documento vedado en dictadura
que sobrevivió a esa violencia de querer borrarlo de la memoria.
Más adelante, un chico le comenta a su amigo que el lugar
por el que vamos pasando es el mural que pide por la Libertad a Milagro Sala,
el mismo que fuera atentado a horas de ser pintado, como viene pasando en
muchos otros lugares del país. Allí, sobre la pared, alguien quiso borrar el
nombre de Milagro, solo eso, no la bandera argentina o la wiphala, o la cara de
Milagro, solo su nombre. Días más tarde, los mismos militantes que pintaron el
mural, fueron a restaurar su nombre. ¿Qué provoca ese nombre, que significa
para que se promueva, se impulse borrarlo tan violentamente?
Recordé entonces la anécdota de una compañera que fue interpelada
por un funcionario del gobierno municipal de Cambiemos y que me dijo que el
funcionario solo se presentó luego de que ella se lo solicitara dos o tres
veces. También me pasó a mí, no una, sino varias veces, a tal punto que ya los
identifico por esa razón: no se presentan cuando te hablan, directamente te
piden lo que quieren. Ni hablar de pedir por favor, si usted puede. Lo cual me
hizo empezar a pensar que no es casual, que es la forma en que están entrenadas
estas personas, que no se identifican porque no importa quién dice lo que dice,
no importa desde dónde lo dice, parece que si importa mucho qué dice y cómo lo
dice.
Por eso el Presidente solo es Mauricio, no es Macri, porque
el apellido lleva una historia consigo, es la historia de quién sos. Y eso me
lleva inmediatamente a los 90, a la empresa multinacional para la que
trabajaba, donde eras Juan de Panadería o María de Línea de Cajas, ningún
empleado tenía apellido, era del lugar que le correspondía en la empresa.
Tampoco eras empleado o trabajador, eras “asociado”, porque te vendían la
ilusión que eras parte de esa gran familia y que en alguna oportunidad podrías
disfrutar de sus ganancias. “Imagina las posibilidades”, te decían, y todo eran
títulos vacíos de contenido real, o más bien, con un contenido contrario al que
te prometían.
Eso es lo que nos vendieron en estas elecciones, globos de
felicidad vacíos de felicidad y llenos de otra cosa, de un cambio que no
queríamos. “Sí yo quería un cambio”, dice un hombre que va parado a una mujer
que lleva un gurisito en la falda, “pero esto no es el cambio que yo voté”. Me
pregunto si realmente debatimos qué cambio queríamos, o si tal vez nosotros, los
que queríamos la continuidad del proyecto de país que se venía implementando,
hicimos tanto hincapié en la continuidad que los demás entendieron que era con los
errores incluidos.
No creo que solo el acoso mediático mellara la capacidad de
tener una mirada más crítica por parte del 51% de la población, creo que muchos
de los que militamos en el otro 49%, desde el 2008 en adelante, sufrimos una
permanente violencia. Escuchamos decir de todo, y cuando digo de todo, es de
todo, sobre nuestra Presidenta, sobre nuestra causa, sobre nuestros ideales y sobre
nosotros mismos. Todo el tiempo tuvimos que dar explicaciones y por ende, nos
llevaron y nos dejamos llevar, al lugar de tener que defendernos en muchas oportunidades.
Solo el liderazgo de Cristina Fernández nos salvó de perder la iniciativa,
porque ella siempre proponía, e interpelaba a los demás pidiéndoles que
propongan.
Pero nuestra trinchera se volvió un cerco que nos impedía
conversar con ese otro que no pensaba igual, y perdimos el ejercicio del
debate, porque también del otro lado solo había chatura y acusaciones vacías de
contenido. No había propuestas, no había la mínima intención de debatir, porque
una parte de esos otros eran los que querían que nos muramos, que
desaparezcamos, que nos esfumemos, porque no podían dominarnos. Entonces no es
casual el cambio de nombres, como el del Centro Cultural Néstor Kirchner, el
cambio de carteles en obras que dignificaron a la población, la tachadura sobre
el nombre de Milagro, la falta de marcas de la historia en los que nos
interpelan desde la otra vereda.
Y molestan, provocan, interpelan, el regreso de los nombres
propios de los desaparecidos, el nombre de Mugica, el nombre de la líder de la
Tupac Amaru, el nombre de Néstor, la palabra militante o política, el nombre de
Cristina. Si no pueden borrar de la memoria todo eso, entonces intentan
mancillarlo, hacerte creer que los malos, los demonios son los militantes, los
políticos, o simplemente esos otros que piensan diferente.
Al final del documental sobre el juicio a Adolf Eichman, uno
de las piezas fundamentales en el holocausto llevado adelante por el gobierno
nazi en Alemania, el repudiado director de programas televisión Leo Hurwitz –quién
dirigió la filmación del juicio- dice que cuando discrimines a alguien por su
color de piel o la forma de su nariz o el color de su pelo, recuerdes; que así
comenzó todo esto (por el holocausto). Alguien dirá, como se han cansado de
decirnos, que exagero, pero las señales de violencia van creciendo y cuando no
alcancen las palabras o las palabras estén vacías, solo quedarán los puños o lo
que es peor, las balas. Borrar el nombre de alguien, desaparecer las huellas de
una fuerza política, cambiar el relato de la historia es el inicio para no
entiendas el por qué, para que no tengas conciencia colectiva, para que
justifiques la represión y creas que tu vida y la de los otros no valen nada.