jueves, 31 de marzo de 2016

Cambiando con el cambio

El trajín de este último año, intenso desde todos los puntos de vista, me ha dejado un montón de notas en “borrador cabecero” que nunca fueron escritas. Cotidianamente se vuelve cada vez más necesario empezar a “largar” esas palabras amontonadas que se van mezclando y multiprocesando con nuevas experiencias, algunas veces para desecharlas y otras para renovarlas. El colectivo, me permite ese intercambio de ideas que circulan sin permiso de nadie, como debe ser en plena democracia.

Por estos días el colectivo se está poblando con algunos viejos usuarios que abandonaron el autito para volver al transporte público. Otros empezaron a desempolvar la bici, o el carro por acá en mis barrios, y más de uno empezó a gastar la zapatilla para subir la cuesta. Desde la ventanilla del cole se puede ver además, algunos de esos comensales del basurero, que están empezado a proliferar con no poca bronca. Lula Da Silva dice en Brasil que nunca pensó que poner un plato de comida en la mesa de un pobre generara tanto odio, y creo que tiene mucha razón, aunque nosotros eso ya lo vivimos en este país.

Me duele esa imagen casi cotidiana, porque hubo una época no muy lejana donde esa postal era casi parte del paisaje y muchos vecinos la naturalizaron. Ese otro, el que revuelve la basura con bronca, que putea cuando se pincha o se corta un dedo, empieza a tenerle bronca al boludo que dejó un vidrio mezclado con el resto de comida. Ese otro, el que tuvo que despedir la niñera y volver al colectivo, putea porque ya no puede salir de vacaciones el finde largo, o no puede ir al cine con los gurises y el negro le toca el timbre para pedirle comida. Probablemente muy pronto, si las cosas no cambian, nos cruzaremos la vereda al ver a un “sospechoso” que mira con cariño nuestras pertenencias y empecemos a pensar que ese es el enemigo. Eso ya pasó, no estoy inventando nada.

Muchos de esos lazos de odio aún perduran, en frases repetidas hasta el cansancio, en programas de tv que las refuerzan, en diarios que las suscriben y subrayan, en las charlas familiares y con los compañeros de trabajo. Podríamos hacer una lista, pero tomo una que hace mucho no escucho y quisiera no volver a escuchar nunca más: “negro de mierda”, y cuando les decías algo te aclaraban “no lo digo por el color de la piel, lo digo porque son negros de alma”. Mi pregunta siempre fue cual era la diferencia entre discriminar por el color de la piel o por la “forma de ser” de la persona, siempre es discriminación.

He escuchado a muchos compañeros y compañeras decir que hemos perdido la batalla cultural, y siempre replico que recién empezamos a darla. Subrayar cotidianamente que una mujer no es “loca” por reclamar algo, que un niño o niña no es “usurpador” por jugar en las hamacas de una plaza –aunque no sea de tu barrio-, que una artista callejero no es un “delincuente” por compartir su arte, que no se es “ñoqui” por trabajar en el Estado, ni se es “grasa” por ser militante; es la tarea.


Esa batalla cotidiana por dar un significado a las palabras no es un tema menor, “sino miren lo que significaba decir secuestro en vez de detención, o decir desaparecido en vez de no decir nada”, recuerdo que nos dijo un profe en la universidad. Fue en ese momento cuanto tomé nota de que se podían hacer cosas con palabras, que no daba lo mismo decir que callar, porque llamarse a silencio muchas veces es complicidad. El colectivo va dando la vuelta a la esquina y retomo los “cambios” cotidianos que me van dando señales de la nueva realidad, la que votamos los argentinos. Y me pregunto si será posible cambiar a los que creyeron en el cambio, porque el peor saldo que nos pueden dejar estas medidas antipopulares que se están llevando adelante es que el significado de la palabra cambio se vincule al vuelto que no nos van a dar en el almacén de la esquina porque ya no nos alcanza para lo que fuimos a comprar.

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