miércoles, 16 de mayo de 2012

Palabras

En la parada del cole hace unos días, a pleno sol y apenas pasado el mediodía, un par de chicas con anteojos correspondientes esperaban, como el común de los mortales, la llegada del transporte. Jóvenes, hermosas, de pelos largos y sueltos, con jeans y mosculosas que traslucían sus atributos. Un camión de reparto hizo la pasada y el acompañante sacó medio cuerpo afuera para gritar ¡Mamita!. Después un muchacho en carro mirando elocuentemente hacia el costado y después hacia atrás comentó: ¡Que linda cosita!. Más tarde, un moto desvió sus ojos hacia el lugar de las ¡hermosuuuuuras!. Hubo también otro tipo de comentarios que cualquier lector puede imaginar, así como también miradas babosas de hombres más que maduros que se escondían tras los vidrios de un automóvil.

Por otra parte, las miradas femeninas del entorno no fueron tan benévolas, pero no existió comentario alguno. Finalmente vino el colectivo y subimos. Las chicas se sentaron juntas y siguieron conversando, atrayendo miradas masculinas y femeninas casi por igual e incitando algunos comentarios murmurados en voz baja a su alrededor. Pensé entonces que ni la hermosura ni la envidia serían posibles sin las palabras. Ellas, las adolescentes no serían lindas sin esas palabras masculinas de elogio, ni los murmullos femeninos de envidia.

He aquí la simple deducción de que hay cosas que solo se pueden hacer con palabras y a través del lenguaje, porque solo un simple gesto o una mirada pueden decir mucho a cerca del gusto por mirar a alguien o la envidia por no ser como esa otra en este caso. Recordé entonces una discusión que tuviera con un amigo de mi padre sobre la supuesta “invención por parte de la Presidenta de la palabra “anarcocapitalismo”, que según él, nadie sabe qué significa pero queda lindo. En esa ocasión, la utilización de ese término en un determinado contexto por parte de nuestra jefa de Estado no fue casual y generó un hecho político de dimensiones inéditas.

En este caso, argumenté ante el amigo que para generar cambios y transformaciones era necesario también comenzar a utilizar nuevos conceptos, es decir nuevas palabras y nuevos significados. Nuestra Presidenta no hizo más que nombrar lo que todos sabían pero a lo cual nadie quería ponerle un nombre. A veces, por el uso cotidiano que les damos, creemos que las palabras tienen significados obvios. Sin embargo, los significados son largas historias que se desatan en el preciso momento que corporizamos una palabra.

Cuando hablamos, hacemos cosas con palabras, construimos, fundamos, soñamos, nos comprometemos, nos saludamos, nos acompañamos. Es por ello, que el uso de las palabras no es inocente ni azaroso y el acto de hablar es una acción política que solo los seres humanos tenemos el privilegio de realizar. Es así que la política se nutre de palabras, porque solo es posible hacer política conversando.

Solamente el diálogo construye lazos y vínculos, solamente hablando se entienden los seres humanos, solamente valorando la palabra como acción política podemos aunar esfuerzos y no desatar nuestro ímpetus en violencias inoportunas. Esto está más que demostrado en el reclamo de Argentina por Malvinas. Solo fue posible expresar este reclamo mediante palabras en los lugares adecuados y sistemáticamente, con un fin claro y teniendo en cuenta que la única solución posible para nosotros es dialogando. Lo otro ya lo probamos y sufrimos en carne propia las consecuencias.

Está claro que podemos hablar de anarcocapitalismo porque fuimos el único país cuyo sistema colapsó gracias a este sistema y se recuperó justamente, cambiando estos conceptos y recetas y priorizando por sobre todo la política. También es verdad, aunque muchos no lo admitan, que nuestra recuperación se debió además a la capacidad con que contábamos para sobrevivir a todas las crisis posibles, y que cada argentino contaba en su haber al menos dos o tres crisis. Con 25 años en ese entonces, yo por ejemplo, sobreviví una dictadura, la hiperinflación del 89 y el neoliberalismo de los 90. Se podía decir que para 2001 ya estaba lo suficientemente entrenada como para saber que nadie haría nada por nosotros más que nosotros mismos. 

En el caso de Malvinas, este gobierno tiene claro que utilizando inteligentemente las palabras, generando política como ha hecho desde que comenzó este proceso, es la mejor forma de solucionar los conflictos. Aprendió además, luego de muchas embestidas, que el verdadero cambio sobrevendrá cuando podamos llamar a las cosas por su nombre y llamar a la existencia a los que fueron silenciados por la historia. Malvinas es hoy, no solo una causa argentina, sino de toda América Latina, porque representa la postura que nuestra región tendrá sobre la administración de los recursos naturales. 

Luego de mucho andar, la nacionalización de YPF y las palabras de nuestros líderes en torno a esta temática nos están dando la razón. Las palabras no son vanas, lo sabían los constructores de esa maquinaria milenaria que es la Iglesia y por eso escribieron en sus reglas que no se debía “usar el nombre de Dios en vano”. Las palabras son fuerzas milenarias, nos nombran y nos construyen, nos definen y dan identidad.