lunes, 2 de febrero de 2015

Hacerlo

En la esquina de siempre le hice señas al colectivo. Paró, subí. Con una cartera al hombro y una carpeta en la mano me acomode en uno de los tantos asientos vacíos uno o dos asientos más atrás de la mitad del cole. En paralelo a mi asiento, una señora conversaba con su nieto, en el segundo asiento, otra mujer cargada de bolsos conversaba con alguna amiga, en el primer asiento, un joven muchacho escuchaba quien sabe qué con sendos auriculares puestos.

Unas cuadras después para el colectivo en una esquina, una viejita le pregunta algo al colectivero que, a los gritos le hace saber "que no voy para su casa". No importa, dice la anciana, y palabra va, palabra viene, nos enteramos todos que hoy es el aniversario del fallecimiento de su esposo y va al cementerio. Mientras sube trabajosamente los escalones pide disculpas al colectivero porque va a pagar con muchas monedas. "No se preocupe", le responde la voz de mando del conductor con una mano extendida hacia las monedas y la otra en el volante.

"Usted sientese nomás", le remarca el buen señor y, monedas en mano, comienza a interpelar sin éxito al joven de los auriculares, que imbuido en otro mundo mira por la ventana. "Hey, ché!!!. Hey", el colectivero se esfuerza elevando el tono y haciendo señas con la mano monedera. Nada del otro lado. Silencio de radio.

La viejita se va esforzando para llegar al segundo asiento, la mujer de los bolsos y la amiga reprueban con sus miradas y ya comienzan a criticar al muchacho con sus comentarios y la abuela codea al nieto que todavía no entiende que pasa. Con mis cosas a cuestas me levanto casi sin pensar, ayudo la anciana a sentarse, tomo las monedas y las coloco en la maquina para pagar el boleto. Me da el tiket, lo saco, me doy vuelta y le digo amablemente, pero suficientemente alto para que me escuche, que “le sobro una moneda, sirvase".

Mi impulso no termina ahí, porque sigo escuchando la reprobación de las señoras, le toco el hombro al chico, que con sorpresa y casi diría, susto, me mira. "Te estaban hablando", le digo. "Ah, no escuche", me dice, "y si", le respondo, y agrego: "ya me di cuenta".

Me vuelvo al asiento, el nene le esta preguntando a la abuela que pasó, y la doña trata de hacerle entender los sucesos subrayando el mal ejemplo. Me sigue hirviendo la sangre, porque no solo nadie actuó, sino que se esconden detrás del susurro reprobador y nadie le dice al gurí que se saque los cosos esos, que va en un colectivo, y en el colectivo vamos nosotros, otros que somos parte de su país, de su provincia, su barrio o simplemente su entorno.

Uno no se puede abstraer del mundo, pero eso es lo que fabrica el neoliberalismo, interpelando los sujetos de forma individual para que la vida nos pase por el costado sin que reaccionemos, y ahora lo quieren legalizar: "escuche con auriculares en el colectivo". Pavadas de ordenanzas para legalizar a los individuales que viven en un frasco de mayonesa.

Mas liderazgos cotidianos necesitamos, pienso. Si, mas personas que accionen en vez de mirar, que se muevan en vez de criticar, que les digan a los sonámbulos que es hora de despertar. Esa es nuestra batalla cultural diaria, nuestra militancia es modificar esas pequeñas conductas que parecen casi "normales" o de sentido común. Si somos capaces de transformar esas cotidianeidades seguramente tenemos esperanza de cambiar este país. Es absolutamente necesario, y no es una opción, es un deber de patriota, hacerlo.

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