En la esquina de siempre le hice señas al colectivo. Paró,
subí. Con una cartera al hombro y una carpeta en la mano me acomode en uno de
los tantos asientos vacíos uno o dos asientos más atrás de la mitad del cole.
En paralelo a mi asiento, una señora conversaba con su nieto, en el segundo
asiento, otra mujer cargada de bolsos conversaba con alguna amiga, en el primer
asiento, un joven muchacho escuchaba quien sabe qué con sendos auriculares
puestos.
Unas cuadras después para el colectivo en una esquina, una
viejita le pregunta algo al colectivero que, a los gritos le hace saber
"que no voy para su casa". No importa, dice la anciana, y palabra va,
palabra viene, nos enteramos todos que hoy es el aniversario del fallecimiento
de su esposo y va al cementerio. Mientras sube trabajosamente los escalones
pide disculpas al colectivero porque va a pagar con muchas monedas. "No se
preocupe", le responde la voz de mando del conductor con una mano
extendida hacia las monedas y la otra en el volante.
"Usted sientese nomás", le remarca el buen señor
y, monedas en mano, comienza a interpelar sin éxito al joven de los
auriculares, que imbuido en otro mundo mira por la ventana. "Hey, ché!!!.
Hey", el colectivero se esfuerza elevando el tono y haciendo señas con la
mano monedera. Nada del otro lado. Silencio de radio.
La viejita se va esforzando para llegar al segundo asiento,
la mujer de los bolsos y la amiga reprueban con sus miradas y ya comienzan a
criticar al muchacho con sus comentarios y la abuela codea al nieto que todavía
no entiende que pasa. Con mis cosas a cuestas me levanto casi sin pensar, ayudo
la anciana a sentarse, tomo las monedas y las coloco en la maquina para pagar
el boleto. Me da el tiket, lo saco, me doy vuelta y le digo amablemente, pero suficientemente
alto para que me escuche, que “le sobro una moneda, sirvase".
Mi impulso no termina ahí, porque sigo escuchando la
reprobación de las señoras, le toco el hombro al chico, que con sorpresa y casi
diría, susto, me mira. "Te estaban hablando", le digo. "Ah, no
escuche", me dice, "y si", le respondo, y agrego: "ya me di
cuenta".
Me vuelvo al asiento, el nene le esta preguntando a la
abuela que pasó, y la doña trata de hacerle entender los sucesos subrayando el
mal ejemplo. Me sigue hirviendo la sangre, porque no solo nadie actuó, sino que
se esconden detrás del susurro reprobador y nadie le dice al gurí que se saque
los cosos esos, que va en un colectivo, y en el colectivo vamos nosotros, otros
que somos parte de su país, de su provincia, su barrio o simplemente su
entorno.
Uno no se puede abstraer del mundo, pero eso es lo que
fabrica el neoliberalismo, interpelando los sujetos de forma individual para
que la vida nos pase por el costado sin que reaccionemos, y ahora lo quieren
legalizar: "escuche con auriculares en el colectivo". Pavadas de
ordenanzas para legalizar a los individuales que viven en un frasco de
mayonesa.
Mas liderazgos cotidianos necesitamos, pienso. Si, mas
personas que accionen en vez de mirar, que se muevan en vez de criticar, que
les digan a los sonámbulos que es hora de despertar. Esa es nuestra batalla
cultural diaria, nuestra militancia es modificar esas pequeñas conductas que
parecen casi "normales" o de sentido común. Si somos capaces de
transformar esas cotidianeidades seguramente tenemos esperanza de cambiar este
país. Es absolutamente necesario, y no es una opción, es un deber de patriota,
hacerlo.
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